miércoles, 27 de octubre de 2010

María de mi corazón: lo que su arte expresa



No es preciso hablar de un ángel ni que ella debe llevar un nombre tan celestial. No bastaron las horas que pasé día a día de visita en su casa, junto al patio donde unos pequeños canteros con flores, helechos, y hasta el mini-platanal de Bartolo, y unas matas de fruta bomba, eran parte del tesoro de unas manos de prodigio, inigualables. Es imposible olvidar ese rostro de una mujer expresiva, que toda su vida ha luchado como si ella fuera la cabeza de la familia y sus ideas brillaran en el arte de sobrevivir el día a día, mucho más que aquellos aretes que le faltaran a la luna. Una mujer "innombrable", porque aun cuando es sencilla, honesta, fácil para ganarse el corazón de sus amigos, es también impredecible, ante la necesidad no se acobarda, y por amor al arte, su arte, siempre la califico como maga.
Hablo de María López, quien fuera esposa por muchos años de René Batista hasta su reciente muerte, quien siempre tuvo una crítica que me honrara o un consejo a tiempo, y su apoyo incondicional hasta el presente, además de esa forma en la que puedo mirar a su corazón a pesar de la distancia. Pero es el trabajo de una artista que sabe dibujar, letras que representan esos animales visibles del corazón, tipo alforjas de historias, donde comienza y termina una anécdota importante. Es de esa parte que no pertenece a algún olvido, que hoy les cuento. Ella es también, un hecho que hace rato trasciende desde su natal Camajuaní, el reconocimiento como la experta, no solo para trabajos manuales de decorado para carrozas de su barrio Santa Teresa, Chivos, también para trabajos de escuela de niños y adolescentes que la buscan. Resulta que esta artista no trabaja solo con los pomos plásticos, para llamarles con nombres como los juegos de mi niñez, ni Perla Fina, ni Mariposa, son nombres diferentes, los de flores, fondos marinos, figuras que decora con gusto, que le da vida, porque ella primero imagina y se inspira, luego recorta, pega, usa sus pinceles, su brillo, la goma. Al final, quien no ha visto el proceso, no puede creer que sus manos, como las de un panal, o la de un hormiguero, fueron juntando pieza a pieza sus ideas, por tramos o por momentos que ella busca de su tiempo libre. Cartón o papel, satín, cintas: todo puede servir cuando María se propone encontrar la forma de complacer con el pedido, o cuando ella ha creído, que a las personas les gustaría poner mariposas con sus alas extendidas, con todos sus colores, de adornos en la pared.
Hay un trabajo familiar con el algodón, que le sirvió de antecedente para convertir, digamos, esos hilos de la historia personal, en obras de arte, como ella misma confiesa: "trabajaban con el algodón, hacían hilos, maravillas de colores". La he visto trabajar en diferentes horarios, temprano, al mediodía o muy tarde en la noche, rodeada de sus brillos, sus plumones, los pinceles, la tijera, como la foto de una mujer que sabe armar el mundo que la rodea, que disfruta cada invento, que luego de disciplinarse en el hallazgo de repasar los detalles, de enmendar errores de oficio, gana con su experiencia de más de treinta años de decoradora, en movimientos de águila y en una concentración sobre lo que hace, que nada de lo cotidiano logra contrariar su cometido. Algunas veces estuve horas mirando su trabajo, por el placer que produce ver que de la nada, o de un cartón, un pomo, un algo artificial, y otras cosas que no son ni bromas ni el colmo del invento, sino obra del talento de esta mujer que capta, como lo hacen los pintores primitivistas, rostros, formas de los cuerpos al natural. Ella convierte con sus manos pepinos en flores diversas, pétalos que parecen llenos de polen; puede construir también una floresta, incluso, sin que le cueste demasiado darle la sensualidad y el toque de la belleza de lo que es natural, porque ha dejado de ser artificial si sabe mirarse en su contexto. A veces, cuando lo recuerdo y por increíble que parezca, aún cuando los materiales con los que trabaja sean -para definirlos- inanimados. Ella provoca ese asombro de que se ofrezcan, como si la vida fuera quitarle más a lo feo, con el amor de unas manos hechas para que las cosas cambien de su color muerto, y pase a esos tonos vivos, oxigeno por donde respiran también su destreza en este oficio. Siempre reconoce como mujer sencilla, la oportunidad que comenzó en su barrio de parrandas, Los Chivos, por la confianza de Roberto Prieto en su talento. Y como María dice: "por los años que este hombre cosechó de triunfos para el Santa Teresa"; no tiene pena de confesar, además, los errores que cometió al inicio de esta profesión, cuando por persistencia fue que consiguió darle la forma de flor a un pomo plástico, incluso, cuando la critican o se autocrítica, porque su humildad no es una cuestión de ceguera, es realista y con los años, sabe que cada nuevo trabajo, con el material que consiga (y que muchas veces no es el más apropiado o el más fácil para trabajarlo) debe perfeccionarse. Porque también me ha lo dicho, nunca se confía solo en su talento o destreza, siempre aprende, escucha, vuelve una y otra vez a revisar su trabajo y cuando siente que dio el máximo dentro del concepto de calidad y terminado que se ha propuesto, entonces siente como un alivio: "Deber cumplido".
Si quisiera comparar a María con uno de los tantos jarrones que ha decorado, o con espigas, con cipreses, mirlos, con jardines colgantes, diría que es ese brillo, ese brillito imprescindible para su trabajo como siempre le hemos reconocido; y repito, es el brillo de lo que resplandece ante los ojos, de nacer con un corazón transparente como un espejo, que parece destinado a organizar en su cerebro esa biblioteca pensante de lo popular: el nunca simple decorado, de diversas cosas que aun cuando lleven sacrificio, quemaduras, dolores de artritis y muchas pequeñas tragedias que acompañan este trabajo; y para ser justos, la falta de materiales, el cansancio, la emoción a veces por el triunfo, y a veces por la presión del tiempo para la entrega. Lo que no sale bien y hay que repetirlo, y los desafíos, las lágrimas, toda esa mezcla de lo que compone su vida de artista, es una comparación que vendría a tono, porque María ha logrado como nadie ser auténtica y coherente con la persona que proyecta; y porque nadie en mi pueblo, dejará de voltear a ver uno de sus trabajos, nadie o al menos la mayoría, puede dejar de reconocer el talento de sus manos; trabajos hechos por una persona que toca, sin duda, lo que el corazón le inspira, y lo devuelve a la vida como un nacimiento para admirar todo lo que su arte expresa.


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Dibujos de Maria López. Foto de la artista, cortesía de Alejandro Batista.

Juan Carlos Recio
NY, octubre 17 de 2010.
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miércoles, 20 de octubre de 2010

DESDE ABAJO

Porque siempre he sido de los de abajo:
los que están colgados en busca de si mísmos
polvo y huella que nadie ve y todos pisan
con esa indiferencia
de quienes visitan una ruina
que solo produce un estado de melancolía.
Como esas patrias cerradas en su llanto;
desde abajo siempre he visto
que cada palabra escrita abajo queda
así como los años se amontonan
con la expresión devastadora de su días
y el cúmulo de padecer lo innecesario.

Antes de partir ya era exilio
y ahora desde esta lejanía
desde abajo contemplo a los de abajo
vuelven y salen, todos se amontonan
y todos esperan una señal para ser vistos
como si cada uno llevara una isla
dispersa en los puntos invisibles
que ningún corazón soportaría.


Es abajo donde suelo vivir
en la angustia de ser mi propia fiesta
es acá donde las escaleras al cielo
son esos diamantes que Lucy
perdió con cada tempestad que se arrimaba a sus costas.

He sido como "la casada infiel"
el amante de todas las soledades
y sin frío en las venas
tiemblo a veces en el estupor
de no merecer otro polvo
que no sea la paciencia de tanto olvido;
(a mis amigos también les pasa),
si algún perdón hemos visto
se debe a esos recuerdos
donde sentados en una mesa de campo
la familia oraba su pedazo de ración
y luego se iba a merodear en los contornos
donde el desamparo se oculta
como los caballos hermosos en los establos de carrera.

Todo lo primitivo que soy
y la leña que rajé
para avivar el tiempo del fuego
no ha sido otro vacío más hondo
que padecer con humildad
esas hendijas por donde entró
algunas de las claridades que me dieron vida.
Han pasado los inviernos más crueles
y los veranos donde sambullir mi cabeza
y pasarán otros forasteros por el camino principal
quizás si alguno se pierde
encuentre al fondo dibujado
un claro del monte
el cuerpo que es mi casa
debajo de una sombra que solo produce oscuridad.
No ostento otro delirio
ni un imperio más hermoso
que pertenecerme a mi mísmo
como un héroe anónimo a sus batallas.
Juro que me he vestido de gala
y he brindado por todos los que se odian
y por aquellos que juegan a ser sus enemigos
y por los que desde el fondo del mar
regresan como los delfines
a sopesar la nobleza que aún hoy nos falta.

Si aprendieran a escuchar el silencio de los de abajo
y el peso que sostienen con la mudez de las horas que pasan
nada sería una lejana provincia
ni una finca que exibe un hierbazal enorme
que traga los horizontes posibles
y el mundo de las personas
que viven lejos
donde el mar no regresa por las noches
y la tierra es ocura
como la raíz de un almendro
que ha enfermado
porque los pájaros ya no anidan en sus ramas.

Hay que mirar abajo
y ver como viven sus lamentos
cuál música aunque apagada los convoca
a seguir detrás de las curvas
como Cristo en su cruz ante el misterio;
sin que el miedo haga rechazo
y al mirar en aquellas esquinas
por fin sus formas se aclaren
y donde dispersos como huellas sin polvo
algunos que nacen nunca son alumbrados.
Juan Carlos Recio
NY/ Octubre 20 del 2010

sábado, 16 de octubre de 2010

La hoja sobre la cual se escribe la marca*



Por José Luis Santos Muñoz





Si me pedís un símbolo del mundo
En estos tiempos, vedlo: un ala rota.
J. Martí








A Lourdes Gil infinitamente

I


Porque no espero regresar, porque nadie regresa ni puede ya decir New York, New York con la voz de Sinatra excavando en el oro, sino con los exordios del marino que adelanta sus manos al naufragio. Porque todos perdieron su navío, su pronunciamiento de sal en la bitácora. Todos su tren del siglo XIX reanimado con piedra y desatino, dramaturgias leves que lo harían un tren del XX, del XXI o simplemente un tren que deja sus excoriaciones en el recurso poético. Un tren: pasajeros y paisajes que no se pertenecen uno al otro, es decir, volitivo. Porque todos éramos pasajeros con un boceto del regreso a cuestas, conversaciones en una esquina de Alejandría que tornáronse rompibles, asordinadas casi. Mal boceto del regreso a cuestas, dicho sea de paso. Manos que agitarían un pañuelo como en la realidad que Dios sufraga en una postal. Quien habría de olvidar los gestos asimétricos, la pose de animal adolorido, señales que el guijarro archiva con presumible sintaxis de obituario (no porque la Pizarnik lo infiera la rosa será menos visible que la espina). Pañuelo dispuesto a hurgar en el aire, pequeñas extrapolaciones del sollozo que la tela soporta o evapora, esa clase de leitmotiv ya agotado. Agotado por Rimbaud, Baudelaire. Por mis hijos que no saben quien es Rimbaud ni quien Baudelaire. Que no saben como han de bregar aquellos por las imágenes que prefiguran sus juguetes en el minuto previo al desaliño. Juguetes-islas, fragilidad nunca antes ponderada.

II
Trenes a Kuala Lumpur/Wyoming/Copenhage/New Jersey/Sagua la Grande. En todos estuve, aciago e imperceptible como si abordara un tren de película silente o un tren que no existe digamos. Cierto: llegaría primero el Duke Hernández corriendo de home hacia sí mismo que estos trenes a su destino de ciudad erigida de curvatura a curvatura. Las ventanillas como agujeros de Reading por donde las ratas se asoman al infinito. Las ratas y su empeño en no parecer una invención de Warhol sobre mis papeles. En todos dijeron: es el mujik que ya no respira a través del símbolo, el que se bifurca: de un lado el tokonoma, del otro, partes insólitas del país que no caben en el tokonoma, así sea en forma de astillas. En todos estas esquirlas de mí que me apresuro a juntar sobre el agua, estas exánimes pertenencias que no compensa el poema y su cuerpo de letras parpadeantes, estos ojos de muchacho finisecular que imploraban un respiro en el atisbo del guardia (un respiro o menos todavía: un no-respiro). Mujeres que solo pudieran dar al sujeto lírico un impulso de cerveza triste me acompañaron. Acompañaban a un estado febril, a lo que tú seguramente llamarías un arañazo en la pared. En todos la tartamudez de un andén, una madre que despide a su hijo en código Morse, mundo de rayas y puntos que nadie salvo Dios entiende. Quien pudiera a la cuenta de tres, intervenir con un símil sus pensamientos, hermosearle el vestido y la fijación de sus tardes al ladrillo inhóspito. Quien.
En todos no smoking, no sufrir por un asunto llamado la lejanía, el estropicio o algo «que la herida permuta por sus cicatrices». No parecer un personaje de Spoon River Anthology que saca fotos de héroes transitorios, minúsculos al cambiar de ciclo la luna, perdonable pasatiempo de turista sin bufanda. Oh trenes de los que solo pudiera escindirme convirtiéndome en sus propios rieles; me dejaron la duda, del diamante la estría y lo que supura. ¿Levitar era doblegarse ante peces, árboles y aves que ni al calco reproducir pudiese, impensables desde horizonte parecido a camisas que por remiendo llevamos al sastre? ¿Regresar es no ser más el catador de migajas que solo confundir con la bonanza, esa rústica certidumbre de llevar a casa signos de harina elemental? Acaso volver a donde nunca se estuvo sino por inercia o ingravidez, leyes físicas que pasados los veinte años se olvidan con facilidad que causa estrépito.

III
Porque no espero regresar, dijiste, dije, dijeron. Eran - supongo - las voces que del risco no escogieron su mitad ni del mar la nota que más desafina el azul. Mar, risco, insípidas dualidades que una lágrima sobrepasa en tamaño y desplazamiento. Cierto: en la lágrima fijo el domicilio, remuevo la tierra para plantar el almendro que esparcirá sombras o quizás no. De todos modos, dijiste, dije, dijeron, vendrá el recaudador de impuestos con sus inabarcables ojos plomizos. De todos modos vendrá el cierzo, será invierno y los amantes invocarán asuntos más volátiles que la patria o el ser. Eran - supongo - las voces que la nieve se ocupaba de rebanar. Grandes o pequeñas rebanadas de sílabas agridulces. Grandes o pequeños territorios de vikingos que estrictas nieves demarcaban: aquí las inflexiones que cuantifican el bajo cero, allí la añoranza en el tránsito de estilete a referente. Aquí los que se dejaron seducir por su dictadura de copos oleaginosos. Allí los que contentáronse con una nieve a deshora, tímida, incrédula, percibida de lejos como en un film que relataba endebles asuntos de Rusia. Y claro, también de triviales nieves se fabrica una pose, un desgarramiento mínimo. Nunca he sabido porque la nieve hace de nuestros asuntos un himnario, para luego ceder su mejor estrofa al verano.

IV
Porque no existe la palabra regreso. Apenas la mitad del sinónimo pude retirar del escalpelo. Ve mis manos y convéncete de «su parecido a un acordeón que viniese de un naufragio». Dios, que insulto es ver rapada la buganvilia mientras preguntamos cosas a los hombres que inventariaron cada palabra. Porque alguien dijo «reloj detén tu camino» y todos pensaron en un tiempo que no excede los fragmentos que la dialéctica ha de barruntar. Todos en el ridículo minuto que un Poljot dramatiza, jamás en el prontuario de un tiempo que se remonta al sufrir de una casa sujetada con alambres a un destino de orillas. Porque caminé sobre erizos y turistas atolondrados en busca de la palabra regreso y no me fue mejor que a Alfonsina en su cataclismo. Y busqué y busqué en las paredes donde se juntan los mayores desatinos: corazón de fulano hecho añicos por causa de mengana, como en una melodía donde hasta la vida sin nenúfares ni ungüentos es posible, como algo que Dios ni los hermeneutas pueden transferir al idioma de mis hijos. Como si un corazón solo se despedazara en la metáfora que lo atasca. Y le pregunté a L. Gil que a su vez preguntó a L. Cabrera, que su vez preguntó a J. Martí que a su vez preguntó a C. Casey, y todos dijeron al unísono: es como buscar las palabras últimas que se dijeron Héctor y Andrómaca; al fin y al cabo los contextos no distorsionan la herida, el agua salada de estribor hacia los ojos o viceversa. Encerrado en el «no espero regresar», igual que mi padre en el menoscabo del verbo amar, así debieran recordarme.


poema inédito de José Luis Santos Muñoz
8 de septiembre de 2009
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Datos del autor:


José Luís Santos Muñoz (Santa Lugarda, 1968) Poeta y narrador. Ha publicado los libros Escaleras al cielo, Ediciones Sed de Belleza, 2004, y Mónologo de Jean Basquiat, Ediciones Capiro, 2005. Ha obtenido mención y primera mención respectivamente en los concursos David y Eliseo Diego (2001) y los premios provinciales de cuento Enrique Labrador Ruiz (2004) y Onelio Jorge Cardoso (2000 y 2005); finalista en los premios La Gaceta de Cuba y Ser en el tiempo. Antologado en Tercer libro de Celestino, Ediciones Holguín, 2003




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martes, 12 de octubre de 2010

Una flor erguida sobre su perfumada belleza







La flor del poeta que vuelve, cambiante sobre su polen.

Para no aislarse del mundo, y de lo que le rodea, las voces, los recuerdos y los sueños que después que los ha padecido, ahora se niegan a perderse, al menos sin ese hilo donde el poeta lo traza todo, donde vive y llora, y también como una flor, como su polen, donde el poeta avanza, como uno de esos días claros donde es imposible no bañarse de luz y donde nada oscuro lo sostiene. Nostalgia del niño, del padre que lo besó antes de morir, detalles de esas dimensiones que el subconciente acomoda, como lo hacen las acomodadoras en los cines, linterna en mano, con un reflector que ubica tu posición frente a la pantalla.
Francisco Muñoz Soler hace algunos meses me había hecho llegar una antología, como una especie de recuento en parte de muchos de sus partos poéticos, y solo ahora, (pudo el aire), o el inagotable tiempo, darme una lectura en ese tono donde el poeta coloca su visión y lirismo al alcance, no de entenderlo porque ya sabemos de memoria la poesía no necesita ser explicada, su alcance es como el albúm de fotos, el diario donde Muñoz, asoma a los rostros, las emociones y ese sentimiento del viajero que asume la universalidad de sus lecturas, como se inspira por buen oficio del que domina sus palabras y nos da también un acercamiento a su vida.
El poeta habla de su existencia y la universaliza, al colocar las palabras al uso, de como ve en parte el sentido que es del gozo y contrario a ese mismo sentido son interrogantes, respuestas tal vez o misterios; versos que no vienen solos del gusto por ganarse un lector, viene de ser el lector avisado que también tiene con mucha sensibilidad, el deseo de desnudarse, de quedar ante nosotros como la más fiel representación de su carácter, el del soñador que nos mira, sin que tema decirlo ferozmente:




















Me siento tan ajeno a mi presencia
atrapado en un cuerpo cambiante
impuesto por las circunstancias
envoltorio y armazón de mi existencia
testimonio perenne de mi fragilidad,
todo, todo, depende de mi estúpido cuerpo
quebradizo, fugaz y cobarde
en permanente huida hacia delante
huyendo de la vida, acopiándose de decrepitud
que me llevará inevitablemente a la muerte.

y el hombre que busca el refugio en la lírica, visita esas esquinas donde otros ven polvo y se muestra:

Sí, parece que estoy solo
viviendo en un mundo de tinieblas
disidente de un orden cierto, pero sueño
ya que no me queda ni el silencio
ni la gran luz que provoca las sombras

Es entonces el poeta un conocedor y aspirante a conocedor de esos versos con los que da significado a los pasos que traza, y como el polen a la flor, cambia su mirada y reproduce los colores que le devoran, luego, uno puede abrir su corazón a la página, y verso a verso hacer junto a él, el viaje. Uno de esos recorridos que impresionan:

he caído en un fuego de desvelos
porque soñar no puedo
con verte crecer mientras me apago.


Juan Carlos Recio
NY/ Octubre del 2010.
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Una flor erguida sobre su perfumada belleza
antología esencial (1980 - 2009)








Me siento anclado en el pasado

Me siento anclado en el pasado
noto mis ilusiones añejas
y son la luz de mis dichas
que se desvanecen sin remedio.
No quiero aislarme del mundo
mortificarme en mis dudas
ser engullido en las cenagosas
lindes de mis negros pensamientos.
(Quiero vivir). Ser querido
rodearme de armoniosa amistad
sentirme dichoso de amar.
¡Descubrir que no es solo un sueño!
Realizarme como ser humano
sin lucros ni hipocresías
es cuanto pretendo en esta vida.
¡Qué satisfacción sentirme vivo!

Reconocimiento a un ser que vive y vivirá entre nosotros

La voz del poeta se quebró,
sus ojos casi ciegos, se humedecieron,
todo había valido la pena,
ahora que presiente el final de su vida.
Jorge Luis Borges, el poeta,
embargado por la emoción
emanó lágrimas de gratitud de sus ojos
casi ciegos en el momento de expresar
con su voz trémula que su vida
había tenido sentido, porque su ser,
su poesía, ha arraigado en los corazones
de sus semejantes, en sus intrincadas entrañas.
Se sentía realizado al recibir él,
solitario poeta en el último trazado
de su existencia, la confirmación
de haber cumplido su objetivo como hombre.
A pesar de tu solitaria existencia,
siempre estarás acompañando
a tus semejantes a través de los tiempos,
ese era tu destino, Jorge Luis Borges, poeta.

Francisco de Quevedo

Si tus vitrinas no guardaron trofeos,
si tu alacena no rebosó de viandas
ni en tu finca nunca se sembró librea
no fue por ciego error de lo vivido.
Si conociste las reclusiones y el destierro
las burlas, la sátira y la malicia
de tus contemporáneos fue por algo más
que por la sucesión de deseos,
porque si a ti llegó el desprecio
arrobas de pobreza y quintales de llanto
te quitaron la imaginación en el ocio
y te creíste de la riqueza esclavo, ¡Yo digo!,
que nazcan muchos esclavos de tu condición
cuya sola riqueza sea ser Quevedo.







(Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos,
¡mirad el ciego error en que he vivido.
Perdí con el desprecio y la pobreza,
la paz y el ocio, el sueño, amedrentado,
se fue en esclavitud de la riqueza)


Me siento tan ajeno a mi presencia

Me siento tan ajeno a mi presencia
atrapado en un cuerpo cambiante
impuesto por las circunstancias
envoltorio y armazón de mi existencia
testimonio perenne de mi fragilidad,
todo, todo, depende de mi estúpido cuerpo
quebradizo, fugaz y cobarde
en permanente huida hacia delante
huyendo de la vida, acopiándose de decrepitud
que me llevará inevitablemente a la muerte.







En esta noche de primavera

En esta noche de primavera
en la que debería soñar con tus encantos
he caído en un fuego de desvelos
porque soñar no puedo
con verte crecer mientras me apago.
Si hay algo en esta vida que deseo
es que algún día podamos
compartir un dialogo de emociones
que mitigue este momento imposible,
este ascua que se ha introducido en mis poros
y que repiquetea alzando fuego de desvelos
sobre mi vida y mi alma.

Esa circular circunstancia, latente instancia



Sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes
más abajo, más abajo, y el mar picando sus espaldas,
siempre más abajo, hasta saber el peso de la isla.
Virgilio Piñera

Esa circular circunstancia, latente instancia
que exuberante mece sus monótonos atributos
ondulación que no cesa en su rítmico cerco
afirmando cerraduras, devorando presencias.
Oleadas de succionadora claridad sin límites
haces que alumbra el imponente vacío
de ingrávida tristeza que se extiende
hasta donde las sombras se reflejan en las ondas.
Esa alegría de pupilas en lontananza
abona con sus mejores perfumes y colores
la búsqueda de sus contornos jóvenes
aún sin definir hasta saber su peso.
Esa luz que mantiene a sus hijos
desorientados en diáspora confusión
extraviados en la certeza cegadora
resaca que engulle sus dispersas esencias.

Parece que estoy solo






Cuando lo mismo sueño que estoy solo
tiendo la mano para no ver el vacío.
Gastón Baquero


Parece que estoy solo
en eterno soliloquio, lejos, muy lejos
de la gran luz de la isla, en penumbra
hacendosa, constructora de silencios
profundos y huecos como mi vacío
fría trampa que me envuelve
como un pertinaz sueño, con caricias
de embeleso que me llevan y me traen
hacia caminos de palmas, fantasmas
de silenciosas ubres que amamantan
el silente rostro de la Nada.
Sí, parece que estoy solo
viviendo en un mundo de tinieblas
disidente de un orden cierto, pero sueño
ya que no me queda ni el silencio
ni la gran luz que provoca las sombras
de los mangos: sí, yo era Gastón Baquero.



_______________fin_____________

Francisco Jesús Muñoz Soler
Recital Sohail - Mayo 2009

(Málaga, España - 1957)
Es miembro de la Red Mundial de Escritores (REMES) y del movimiento Poetas del mundo. Ha publicado en las revistas digitales Artepoética, Remolinos, Encontrarte, Cinosargo, Letras Nuevas, Palabras de Tramontana, Amigos de la Urraka, Divague, El Laberinto de Ariadna, Herederos del Caos, Perito, 40cheragh, Urraka Internacional, Es hora de Embriagarse, Voces de Hoy, Almiar/Mar de Poesías, Letras, La Rosa Profunda, Nevando en la Guinea, Espíritu Literario, Laberinto de Torogaz, Pensamientos Likidos, Dulce Arsénico, Contra la Oscuridad, Buracos Quentes, Carrollera, Palabras Salvajes, Antaria, Mondo Kronhela, Efory Atocha, Album Nocturno, Imaginante, Poesimistas, Nueva Literatura, Antología Literaria Actual, La Botica, Radio Sentidos, Radio Web Mundial, Colectivo Clepsidra, Comunidad P. La Revista, Azul@rte, The Big Thimes, Isla Negra, Árbol invertido, Caminos de poesía, Papirolas, Arte pasión y locura, Plataforma Placa, Otros rincones, Letras de Chile, Realidad Literal, Literarte, Botella de Náufrago, Sinalefa, Cañasanta.
Asimismo ha escrito y difundido en formato digital los siguientes libros: Juventud primera (1980), Significación (1983), El sentido de ser (1986), Los ojos en el infinito (1988), Frágil grandeza (1996), Veinticuatro poemas de amor (1998), La mágica unidad de mi vida (1998), Elijo mi libertad (1998), Intentando entender el mundo (2000), Áspero tránsito (2006), Caminar para sentirme vivido (2007), En tiempos de prodigios (2008), El sabor de las palabras (2008), La claridad asombrosa (2009), de pronta aparición en formato libro, Entre luces y palmas (2009) y Restauración (2009).
Una flor erguida sobre su perfumada belleza es la primera antología que se publica de la obra de Francisco Muñoz.

viernes, 8 de octubre de 2010

Isabela



Los secretos de las vidas de las personas, y dentro de las familias; representan un muro insalvable para alcanzar la paz y la felicidad. Isabela, es la historia de una mujer que vive su vida sin sospechar que los secretos la han acosado desde siempre, y también la han convertido en una víctima de los rencores de otros. Pero, mediante un hecho insospechado, Isabela iniciará una cruzada en busca de la verdad, contando con el único aliado que no nos abandona jamás.
“La verdad os hará libres.” (Juan 8:32)





Hay tantas cosas en las historias personales de cada cual, que pueden ser puntos de inspiración, para un buen relato, o por lo menos para el intento de algo que pudiera ser bueno para alguien, en algún lugar del mundo, o simplemente en esta caja de sombrero que guarda mi diario, mi historia personal, la historia de Isabela Romero.
Hoy, en un día de mayo, como otro cualquiera, desde temprano ha comenzado a llover y el trabajo ha aflojado un poco, sólo han entrado dos personas en la tienda y me he sentido un poco nostálgica; mi hija dijo que nos traería algo de comer, mientras le espero, voy a estar revisando mis notas en el diario, que por cierto, lo encontré en esta vieja caja rosada y redonda; es increíble cómo guardamos cosas, aunque nos hagan un poco de daño los recuerdos. Pensando en las cosas de la vida, las bendiciones que vivimos en ella y las frustraciones.
Pero hoy estoy repasando en mi historia personal. Sería bueno, que pudiera regresar a la Casona, con tantos recuerdos que tengo de ese lugar. La última vez que estuve allá, estaban remodelándola y todo se veía un poco cambiado, uno de los mejores viajes que di a la finca fue cuando me acompañaron los niños. Tengo buenos recuerdos de esa época, especialmente cómo pude encontrarme con las barreras que me hacían difícil el vivir día a día.
¡Qué día tan tremendo!, no puedo decir que sea horrible, porque es difícil expresar en palabras los sentimientos que uno va formando en cada día, como un desgaste de situaciones un poco difíciles, pero hay que tener fe y disposición para hacer que la vida sea más justa y mejor.
Pasé un día malísimo, pero, posteriormente, de regreso a casa, he podido ver que la vida ha sido muy buena conmigo; después de todo lo que me ha acaecido, como sucede a tantas personas en la existencia; pero estoy viva y feliz, puedo decir que he encontrado la felicidad.
La lluvia se hacía cada vez más intensa, contemplaba por la ventana la tormenta que se había desatado; se veían con mucha frecuencia, sobre todo en esta época del año. A mí, particularmente, me emociona mucho ver la lluvia caer, así que salí hasta el portal, para poder estar más cerca del tintineo del agua hasta lograr mojarme un poco. Cualquiera que me viera, diría: ¿por qué te mojas?, te vas a enfermar. La lluvia, cuando cae sobre tu cuerpo no te enferma, al contrario, rehabilita tu espíritu; abrí mis brazos y levanté los ojos para disfrutar las gotas que caían a raudales sobre mi cuerpo, ¡qué sensación tan estupenda para nunca olvidar!

MAYO, LA HERMOSA PRIMAVERA

En un día de mayo, regresé a mi casa en la finca Bellamotta (siempre me asombró el nombre que mi bisabuelo le puso a esta finca, porque es posible que fuera algo bella, pero de motta, no tenía nada), bueno, entré por la puerta principal después de catorce años que me había marchado de este lugar, ahora volvía con mis hijos, mis tres preciosos hijos: dos niñas y un varón, el menor.
El olor del campo me hacía recordar tantas cosas hermosas, ese perfume de azahares que llena todo el ambiente de frescor. Este lugar era bello, a pesar de todo lo vivido aquí; se veía como el paraíso.
No puedo olvidar las cosas que pasaron en este lugar hace tiempo, cuando yo era de la edad de mi hija Amelia, con apenas diez años. Ahora veía esta casa, que estaba mucho más vieja y un poco despintada; el rosal tan inmenso del frente, sólo eran algunas tristes rosas también un poco descoloridas como la casona, una casa, que en su época, fue la envidia de todos en San Antonio del Valle; pero, en la vida todo pasa. Estaba tan sumida en mis pensamientos, que no notaba que nos estaban mirando desde la ventana superior al corredor de entrada; mi hijo me dijo:
—Mira, mami, hay alguien allí que nos mira y se esconde.
En verdad había alguien en la ventana, me pregunté quién podría ser; hasta donde yo sabía, en la casa sólo vivía Dora, la hermana menor de mi madre, es decir mi tía; mi primo, hijo de ella, estaba viviendo en San Antonio del Valle desde hacía mucho tiempo. Él nos había esperado en la estación del tren en la mañana, me viré a preguntarle:
—Luis, ¿quién es esa persona que está en el cuarto de tía Corina?
—Es Benito Rivas Miranda, el que fue mi padrastro, ¿lo recuerdas?
¡Cómo no recordar a ese horrible y terrorífico señor!
—Sí lo recuerdo, ¿qué hace aquí?
Eso sí era un acontecimiento, para mí, la presencia de Benito cambiaba todo en mis planes de quedarme un tiempo largo en la finca o me iba pronto; esto, mi tía no me lo había comunicado, tenía que hablar con ella, me quedé un momento mirándolo, parecía que estaba sentado, entonces, Luis me dijo:
—Mamá lo trajo hace tres meses, pues está inválido, no puede hablar, le dio una trombosis; él estaba viviendo en la Sierra, a ella le contaron cómo estaba y lo fue a buscar, yo no quería que lo trajera, pero ella dice que lo hacía por caridad, no sé; yo no quiero ni verlo, siempre está en la ventana, pienso que todavía es el mismo demonio de antes.
—Sí, Luis, esto cambia un poco mi situación aquí, voy hablar con tía Corina, ella tenía que habérmelo dicho.
—Ella no te dijo nada porque... no hubieras venido, ella quería verte, mira, ahí está.
La puerta principal de la casa se abrió y salió mi tía Dora, como siempre, con su sonrisa toda expresiva, estaba regordeta y más canosa, con su habitual moño, siempre con ese delantal que parecía que había nacido con él; las cosas no cambiaban, para ella todo estaba igual, me pareció que era la misma de catorce años atrás, es increíble cómo hay personas que no cambian con la vida y siguen siendo las mismas, siempre sonriendo, tanto, que muchas veces decíamos: ¿de qué se ríe ella?, pero ella sí sabía, o por lo menos lo disfrutaba todo; contrario a mi tía Corina, que era muy seria y la más amarga de las frutas del jardín; sin embargo, se casó con un hombre hermoso, el tío Mario, alto como una palma, delgado, y con los ojos más azules que pudiera uno ver, buena gente; contando historias todo el tiempo, de los que sólo tía Dora se reía, siempre pensé: ¿por qué no se casó con tía Dora en vez que con Corina?, Corina era la perfecta bruja de la escoba, no porque fuera fea, porque a decir verdad, era preciosa; seguro por eso la quiso Mario, pero cuando hablaba, ni el más grande de los generales se le podría resistir a sus órdenes; la pobre de mi madre le tenía pánico, y todos nosotros un poquito también, cuando mi papá venía, hasta mi madre, se refugiaba en él.
Tía Dora me abrazó fuertemente, con ese cariño tan precioso que ella sabe dar a todos, que en estos momentos de mi vida yo necesitaba tanto y me dijo:
—Querida Isabela, bienvenida a Bellamotta —miró a los niños por un momento, poniendo en su cara ese gesto de ternura, tan natural en ella—, ¿éstos son tus niños? ¡Qué lindos y grandes!
Nos dimos de besos, sentí el amor de ella y como que el tiempo no había transcurrido y yo era todavía una niña, pasó un viento, un escalofrío estremeció mi cuerpo, ella me abrazó y dijo:
—Está bien mi niña, todo va a estar bien.
No sé, pero en ese momento me sentí como de diez años, no de treinta que ya tenía; estaba encontrándome con el pasado, no sabía si quería o no hacerlo, eso es muy difícil; pero la abracé, se salieron mis lágrimas. Sí quiero enfrentarme al pasado, tener la oportunidad de hacer algo para resolver los cabos sueltos, aunque sé que las aguas pasadas no mueven molinos, pero las piedras dejadas en las orillas de los molinos, ensucian el futuro; y a mí me ha sido difícil, ahora mismo estoy pasando por uno de los peores momentos de mi vida. Pensándolo bien, era mejor que Benito estuviera aquí.
**************Fin del fragmento***********
Datos del autor:
Alfredo Domínguez nació en Morón, Cuba, en 1960.
Conocido por sus cuentos "Sal en los ojos" y "Retrato de un caminante", entre otros; ahora nos presenta su primera novela: Isabela.
Actualmente es Pastor Principal del Ministerio Evangélico Latinoamericano, con sede en Miami Lake; en donde reside desde 1999.


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lunes, 4 de octubre de 2010

LA CARA COTIDIANA DE LAS COSAS






Por: Aramís Castañeda Pérez de Alejo


No oía lo que iba diciendo. No aceptaba el final. ¿Y quién no hubiera querido darle salvación, darle vida? La lluvia aliñó su muerte toda la noche. El oxigeno no llegó a sus pulmones. La sangre no fluyó hasta el corazón.
En La puerta rota, sin embargo, Blanca Blanche prefiere decir:
Reiteraba las palabras sin oír apenas lo que ella misma se decía, poseída por el llanto. No aceptaba el final suspenso y siniestro de toda aquella existencia. ¿Y quién no hubiera querido darle salvación, hacer otra escritura, postergar la vida? Pero el cántico de la lluvia aliñó su muerte la noche entera. El oxígeno naufragaba mucho antes de llegar a sus pulmones y la sangre, sin benevolencia, dejó de fluir hasta el corazón.
De haberse decantado por una prosa, aquella: la de oraciones breves, sentencias como ráfagas, el punto y seguido guillotinando la idea, la rispidez…la sequedad, quizás su nombre figurara hoy entre los premiados en cualquiera de los tantos concursos literarios a los que se convoca en el país. Y se diría, luego, que se está en presencia de una novedosa forma de decir, que si la experimentación con el lenguaje, que si la estrategia de desplazar el punto de vista por toda la narración para lograr planos de lecturas elevados, la alteración de toda representación preestablecida, la obligación a una relectura del texto una vez que se finaliza con él; que la estrategia de forzar al lector a no leer con facilidad, la palabra que se resiste y rebela contra las convenciones, la novedad verbal, la huída de toda simetría u ordenamiento; que si la variedad de sus apuestas distributivas, que si el riesgo, la dinámica, el movimiento, el aparente descuido de la construcción que no es más que un ardid, la alteración del discurso, el metatexto, la palabra que recicla su propio sentido, la singularidad, el oficio y la valentía. Se le catalogara, aún reconociendo alguno que en el fondo tal palabrería no le dice nada o gusta del todo, como una escritora sagaz y profunda.
De haberse decantado por una prosa, aquella, y luego colocado algún fragmento representativo en una hipotética columna A y cinco, seis…diez nombres, en una B, para engarzar el pedazo escogido con el de su posible autor hubiera sucedido también que no resultara fácil discernir, con claridad, el nombre correcto. Y es que, a la vez que se plaga otra vez por los efectos cíclicos de los boom temáticos ─como dijera el crítico Noël Castillo─, también la sobreabundante, desbordada, excedida narrativa cubana actual, se va peligrosamente acercando, en estilo, demasiado la una a la otra. Y no se trata, en todo caso, de eso que llaman aliento de época.
Con La puerta rota ─la historia de Ana, una actriz que vive sola con su hija y trata de recuperar, luego de una tonta discusión en la que mucho ha pesado el alcohol ingerido, la atención de La Rata─ Blanca Blanche devuelve el aliento cuando enfrenta la cara cotidiana de las cosas poniendo, otra vez, llanto donde debe ir llanto y corazón donde corazón. Reintegrando a la palabra su destino feliz de traducir los sentimientos no de impresionar con ella; que lo último se aprende, lo primero no tanto. Una escritura cálida y palpable, al fin, con la que ha construido una de esas heroínas trágicas de las que nuestra mejor literatura ha sido heredera y que hoy, entre tanto afán por resplandecer con caracteres de una marcada, y bien armada, diferencia, de igual modo se echa en falta.
Ana, que no es una mujer suscrita por aberración sexual alguna, fantasías con menores, la violencia per se o un único y trascendental suceso que la torna significativa, rara, en su particularidad, porta, en efecto los rasgos de la gran trágica: aferrarse a la recuperación del amor perdido sin reparar en consecuencias, anteponer pasión a entendimiento, conciencia desde el comienzo de la batalla que se lucha por una causa perdida, fatalismo, presencia de la muerte rondando cada acto, el desvincularse de la realidad ─por aislamiento geográfico, medianía intelectiva, padecimientos físicos o mentales, prejuicios, tradición, convencionalismos o, como en este caso, la inexistencia de espacios sólidos donde hacer corpóreos los grandes planes. Porque la gran tragedia de Ana no es siquiera haberse quedado sin su hombre sino sin modelos en los cuales reconocerse. No hay ídolos, desparecen las guías, se devalúan los paradigmas, hace mutis la motivación, se estrecha el terreno donde soñar o ilusionarse. Visto así ¿qué queda? Volver los ojos y entregarse en cuerpo y alma a una causa más accesible o, en todo caso, a una que nos permita reconciliarnos en algo con la vida, si esto todavía es posible, hasta que llegue lo que ha de tocarnos, lo que nos merecemos. Que es lo que hacen otros tantos cuando se convierten a la fe, al baile desenfrenado y la diversión, las vestiduras, la perfumería y la baratija, la escritura incesante, la persecución enfermiza del reconocimiento público o la vaguedad de los parques. Queda, como hace Ana, fabricarse su propio destino desde la intimidad y vivir, única y exclusivamente, dentro de él y para él. Nótese que las veces en que interactúa con el exterior lo hace para tropezarse con una ciudad destruida y llena de seres deshumanizados, corruptos o inmorales: Los Tomases ─el Grande, el Sinmuelas, el Cojera, el La Muerte, el Bizco, El Genio, el Héroe─ Daniel, Daylín. Nótese que, a salvo ─en el refugio que se crea una vez cerrada la puerta que da a la calle─ es que conviven los personajes portadores, aún, de ciertos valores: Renato, Noelio, el Juez.
Las patadas y puñetazos se oían en toda la ciudad. La energía del deseo dirigida una y otra vez hacia el centro de la puerta. Alguna tabla tendría que aflojarse, cuartearse, romperse; la pared, el cemento, las tejas, todo puede venirse abajo: es cuestión de golpear cada vez más fuerte hasta conseguir abrazar aquello que se sabe hay que abrazar, dice Ana y a lo que busca con desesperación ceñirse es a la vida que, al no encontrar fuera, cree dentro.
Como a la puerta, también echa mano la autora a otros leit motiv para el movimiento de su historia ─el propio nombre de la protagonista que remite a la Karenina de Tolstoi, la figura del juez, la presencia de la perra parida o la lluvia, el apodo de Rata de su prometido, esa niña que, desde la portada, se asoma, llena de ingenuidad, lo que haría pensar en una novela de símbolos ─que ya muchos la han catalogado así─; pero Blanca Blanche, y no olvidar que, además de narradora y dramaturga, es poetiza, lo que ha creado, con ellos, son imágenes ─que no es lo mismo, se sabe─; el recurso literario más adecuado cuando se trata, como aquí, de verter ensoñaciones, fantasías, estados de vigilia, evocaciones de la infancia y el tormento que provoca la locura o el hambre.
Es la imagen, y su buen manejo dentro de la trama ─entre capítulo y capítulo para poder digerir la realidad que, a través de las acciones y el diálogo, se nos ha descrito, sin afeites, segundos antes─ la que provoca, sin dudas que, terminada la lectura, quede flotando en el aire un irremediable deseo: el que pide tener más de este personaje, que aparezca nuevamente, que centre otra fabula, que no puede ser este su final definitivo. La gran trágica que trasciende su propia historia para permanecer. ¿Qué más pedirle a un escritor? ¿Qué más esperaría un escritor de su obra?
Pero tampoco creer que La puerta rota, por poner llanto donde debe ir llanto, corazón donde corazón y reintegrar a la palabra su destino feliz de traducir los sentimientos, descuida su envoltura ¿Cómo pensar de una mujer que más que a cualquier otro mundo, pertenece ─tal vez sin ella misma tenerlo claro─ por condición al teatro, pueda despojar a su creación de una recia dramaturgia estructural? Con tino Blanca escoge, ora la nota en un cuaderno, ora la carta recibida, ora la pesadilla febril, ora la fábula para que la hija duerma, ora esa parábola surrealista donde, junto al Juez, trata de buscarle sentido a la existencia, suerte de urgida masturbación con la que aligerar el ahogo, la forma otra con la cual equilibrar su entrega desde diferentes escrituras y apresar, así, al lector. Ojo, sin dejar que la articulación de lo que dice y como lo dice se trague de cuajo el discurso; demasiado claro tiene que forma es la encarnación material del contenido no quien lo boicotee.
La puerta rota inscribe de lleno a Blanca Blanche en una de las líneas que, históricamente, ha definido nuestra tradición literaria: la de los inverosímiles existenciales, los absurdos lastimosos en que puede extraviarse el simple ser humano sometido a las contradicciones de su sociedad y atado por sus limitaciones personales. Una novela que nos recuerda, al rebozar de ella, como la vida es siempre mucho más que casos anómalos o gente diferenciada. Que, acerca de la vida, también ha de contarse no solo escribir.

Tomado de Hacerse el cuerdo revista literaria de la UNEAC, Santa Clara, Cuba. Cortesía por email, Edelmis Anoceto 




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Datos de Aramís Castañeda:


Aramís Castañeda Pérez de Alejo (Santa Clara, Cuba, 1965). Graduado de Filología por la facultad de Letras de la Universidad de Las Villas en el año 1990. Narrador, crítico e investigador. En el 2007 las Ediciones Capiro publicaron su libro de crónicas Un extraño en la bañera. Artículos, reseñas y críticas suyas aparecen en revistas y publicaciones de Cuba y el extranjero. En 1995 obtuvo el premio de ensayo en el Encuentro Debate Nacional de Talleres Literario. En el propio evento y géneros alcanzó mención en 1998. Obtuvo la Beca de creación Ciudad del Che 2006 por su proyecto de libro Un lugar en el mundo (la historia del Mejunje). En el 2009 obtuvo el premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara en la categoría cuento por su libro La ciencia avanza pero yo no y, en el 2010, mención especial en el concurso Fundación de la Ciudad Fernandina de Jagua por el volumen de cuentos Yo me manejo bien con todo el mundo. Su labor de investigación en el campo de las Artes Decorativas también le ha merecido premios y reconocimientos a nivel nacional e internacional. Actualmente se desempeña como promotor literario de la Librería Ateneo "Pepe Medina" de Santa Clara.
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